Dos jornadas más en la liga irregular, dos triunfos por la mínima: ausencias y sorpresas (o tal vez no tan inesperadas). Este sería el resumen conciso de mi vivencia tras haber presenciado los dos partidos más recientes del Real Madrid. Los árbitros continúan con su proceder habitual, complacientes hasta el extremo con las ofensivas adversarias, y sumamente severos con las nuestras. Su objetivo es desempeñar una labor de erosión, esto es, socavar la moral de nuestros jugadores mediante decisiones manifiestamente injustas para que estos sucumban a la frustración inherente que experimentamos los hombres cuando hemos sido objeto de un trato desigual.
Cuando esto se repite con frecuencia, el efecto es devastador: ¿con qué ánimo se presenta un futbolista en el terreno de juego sabiendo que las reglas se alteran a placer para que la victoria sea —por vestir de blanco impoluto— considerablemente más difícil que para sus rivales? Luego, surgen los maquillajes en los momentos finales del partido, cuando se ha ejecutado el sabotaje moral. Las faltas y tarjetas tardías son la acción que el bombero indiferente derrama sobre las cenizas cálidas de una casa que ha sido consumida hasta los cimientos: es la firma del delincuente. En Barcelona, la mafia continúa riendo descontroladamente.
Contra el Athletic Club de Bilbao, el Madrid presentó nuevamente el omnímodo contraste habitual. De menos a más, intensificándose hacia el final del encuentro con la ferocidad primitiva de bestias acorraladas. Vinícius Jr. no se rinde y persiste, aun cuando parezca al borde de exponer su corazón y sus vísceras. Es el hijo del trueno, el líder de la indignación: ¡Vini 2030! Nuevamente, el caos, los vertiginosos embates de una voluntad ciega, el instinto natural de un equipo que ha vivido momentos más prósperos, es cierto, pero que, con la moral baja, pese a todo, navega contra las adversidades de ese Pasaje de Drake interminable al que lo condenan los árbitros. Estos siempre están presentes, se sabe, custodiando los intereses de los dueños del dominio federativo.
La función de los árbitros es llevar a cabo una labor de erosión, es decir, socavar la moral de nuestros jugadores mediante decisiones evidentemente injustas para que estos sucumban a la frustración inherente.
El conflicto entre dos concepciones del mundo radicalmente diferentes se manifiesta de forma muy evidente; por un lado, don Florentino Pérez y su Real Madrid, visionarios, hijos del futuro, anunciando la llegada del mañana; por el otro, los oscuros funcionarios de mentalidad caciquil, aferrados a un modelo patriarcal y patrimonialista. No se necesita ser un genio para adivinar quién saldrá vencedor. La historia está ahí para demostrarlo. Pero de ello hablaré en otro informe transatlántico.
En lo que respecta al encuentro del pasado fin de semana, Fede Valverde desbarató la trampa mediante un remate de última tecnología en el vértice. El mundo contuvo la respiración durante dos segundos, para luego entrar en un éxtasis que solo puede ser provocado por un gol de tal magnitud y bellezas excepcionales. El sector lloroso de la grada transitó de lamentos a euforia con una facilidad que únicamente se puede atribuir a los cínicos. Se logró una victoria ajustada y es necesario continuar luchando, ya que el túnel de la noche más oscura siempre es el más extenso.
Por otro lado, el día de ayer, en el enfrentamiento contra el Getafe CDF, el equipo dirigido por José Bordalás—quien no se detiene en ofrecer muestras de cariño mientras sus jugadores atacan de forma agresiva—implementó una táctica defensiva que consiste en golpear, intimidando al adversario desde el inicio, “marcando el espacio” con “caricias” en la espinilla y el peroné, levantando la rodilla para “saludar costillas o espinazos” en luchas aéreas, sacando el codo "casi instintivamente" para causar molestias en la parte posterior de los cuellos rivales y provocando en la anatomía de los jugadores del contrario un conjunto de hinchazones, inflamaciones, fracturas, contusiones y lesiones de aductores, como en el caso de Eduardo Camavinga, quien tuvo que abandonar el campo mostrando una vacilación notable y evidenciando un intenso sufrimiento en la zona inguinal: no menos de ocho semanas de recuperación según el vademécum que revisé antes de escribir este informe semanal. Alaba, el desafortunado Alaba, también se encuentra fuera de acción. Una verdadera pena.
Güler se presenta como un intérprete excepcional: desentraña situaciones estratégicas de manera inigualable. Es un algoritmo que se viste de blanco. Posee un conocimiento de lo que está ocurriendo y lo anticipa antes que sus adversarios, e incluso que sus propios compañeros.
Sin embargo, podemos extraer algo más que el resultado del encuentro de ayer. Me refiero al rendimiento de Arda Güler, un jugador turco de carácter reservado, pero que anoche demostró tener personalidad, habilidad técnica y, sobre todo, algo esencial: la ventaja competitiva por excelencia (tanto en el fútbol como en la vida): la inteligencia. Pero la inteligencia tiene un propósito, es instrumental, sirve para realizar una función específica. En el caso de Arda, su inteligencia es de tipo hermenéutica, o sea, interpretativa; el joven posee una aptitud natural para entender ese eje del tiempo y espacio que constituye el presente, un presente puro en el que es necesario tomar decisiones a una velocidad vertiginosa, ya que, dentro del terreno de juego, los acontecimientos se desarrollan como un torbellino.
Me refiero a esto cuando afirmo que Güler es un hermeneuta: analiza situaciones estratégicas de una manera inigualable. Es un algoritmo vestido de blanco. Comprende lo que está sucediendo incluso antes que sus competidores y, a veces, antes que sus propios compañeros; en un par de ocasiones, lo he visto dejar de lado su habitual timidez para reprender a uno de los suyos que no supo ocupar un espacio que podría haber generado un peligro, y solo él había percibido. No estoy seguro si Carlo Ancelotti seguirá siendo el entrenador del Real Madrid, pero sea él o cualquier otra persona, es fundamental reconocer que la presencia del número quince en el mediocampo es esencial. Arda debe permanecer en el equipo y debe tener más minutos de juego. Es un recurso valioso para el club y posee el talento necesario para destacar entre nosotros.
No pretendo ser un profeta y no tengo la certeza de lo que ocurrirá en la final de la Copa del Rey este sábado. Nadie puede saberlo, es cierto, pero esta obviedad no me impide inferir, a partir del rendimiento reciente de ambos conjuntos, que la situación será equilibrada en el campo. Me resulta difícil imaginar un tercer golpe por parte de los astutos en azul y grana. Las finales poseen esa intensa dosis de tensión que parece suavizar el ímpetu natural de los jugadores, llevándolos a ser más cautelosos y reservados. El Barcelona ha mostrado cierta irregularidad últimamente y el Real Madrid, por supuesto, no puede evitar que se le presente una oportunidad inigualable para mitigar un poco el dolor que dejó el desastre ante el Arsenal en lo que, hasta el momento, sigue siendo la competencia más significativa del fútbol mundial. Sin embargo, hay que añadir la complicada y desafortunada variable: los árbitros. ¿Dejarías a tu gato custodiando el filete de pescado que estás a punto de preparar? Pues eso.